El miedo

Pintura en la fachada de un inmueble abandonado. Cartagena, casco antiguo.

Escuchó el sonido del teléfono desde su dormitorio. El maldito timbre retumbaba por toda la casa hasta estrellarse en sus tímpanos.

—Carla, ven al hospital.

—Pero papá…, ¿mamá, está bien?

Entonces su voz tenía miedo, igual que hoy, aunque aquel le parecía más blanco. Ha llovido demasiado desde ese día y ocurre que, esta vez siente el amargor de hiel de la muerte más próximo. Así es que tiene verdadero pánico cuando oye el timbre del aparato, el telefonillo de la calle o la puerta.

Se acuesta pensando en si será en este momento o aún se quedará con ella un día más. El abuelo los dejó cuando era una cría y ahora las canas brillan en su cabeza. El temor a escuchar el sonido del teléfono le impide conciliar el sueño.

Le cuesta horrores despertarse. Da igual si el día anterior durmió por la tarde. Las noches se le hacen cortísimas. No puede descansar. Un pensamiento negro invade su mente. De nuevo esa angustia. Es inevitable, se siente tan vulnerable y chica.

Es cierto que no se lanza a descolgar el auricular cuando suena, y aunque el sonido del móvil es diferente, en su mente todo ocurre del mismo modo. El olor del pánico la envuelve. Siente como un escalofrío y se estremece. “Es ley de vida, me consta, pero eso no significa que lo acepte fácilmente”, piensa.

Con el abuelo todo fue diferente. También él era mayor que mamá. Ella aún es joven, solo tiene ochenta años … “¡Qué estoy diciendo! No es que sea vieja, es que ya es una auténtica anciana”, suspira.

Sin embargo, para Carla su madre no es tan mayor. No ha querido ver el paso del tiempo en su cuerpo, al menos no era consciente hasta hoy. “¡Tengo miedo!”, se confiesa a sí misma.

Y, ¿por qué me acuerdo tanto del abuelo últimamente?, se cuestiona. Fue el primer ser cercano de la familia que se iba. Ella era aún una niña. Mira que he visto ataúdes desde entonces, pero aún tengo el brillo de aquella patina color cerezo en mi retina, barrunta.

Entonces sufrió en sus carnes el mercadeo que se mueve en torno a los muertos. Tal vez le afectó tanto porque adoraba a su abuelo o quizá porque fue el primero en morir de la familia que hasta entonces ella conocía. El impacto de aquel día aún vive en su memoria y eso que Carla ya es una señora madura.

“Ojalá pudiera regalarle una década de mi vida a mamá con esa energía y esas ganas de vivir que tiene. Es tan duro, tan tremendo. Aún no me lo creo y puede ser en cualquier momento”. Eos pensamientos se revuelven en su mente. Una idea le viene y al rato, otra más disparatada, vuelve a sacudir su mente.

Decide irse a la cama. Es tarde y está agotada. Estos días son tremendos. Siente que se avejenta a cada instante. Le duele el paso del tiempo. Este pensamiento machaca su cabeza.

“¡Qué injusto es este puto mundo que nos ha tocado vivir! Y que ingrato es el ser humano. Siempre queremos más. Nunca es bastante …”, se dice a sí misma.

Suena el teléfono. Es el móvil, tantea a ciegas la mesilla de noche. Las gafas se le caen al suelo y enciende el interruptor de la luz. Por fin, ve la funda de cuero sobre el cristal. Lee: “hermano” en la pantalla del aparato y siente cómo si su corazón quisiera paralizarse …

—Cariño. No te asustes. Son buenas noticias, querida—, escucha la voz sonriente de César. Está como pletórico. Cada vez entiende menos qué está pasando. Sigue teniendo miedo. No se atreve ni a preguntar …

—Nena, que soy yo. Mamá está perfectamente. Hubo un error en el informe y se confundieron de historia clínica.

—Sí Carla. Es cierto, Escucha cariño. Soy mamá y pienso seguir aquí más tiempo. ¿Me oyes, estás ahí? Hija…

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