Ocurrió en la mañana del día de Nochebuena. Hasta entonces la Navidad no parecía tener nada de especial. Faltaban los mismos, los menús serían diferentes y la felicidad surgiría de forma improvisada en los ratos en que Teresa decidiera dejar de mirarse al espejo. Las arrugas la delataban. En los últimos años la edad le había pasado factura a pasos agigantados. Sin embargo, los pliegues que ahora tenía su piel no eran fruto de las carcajadas ni de las risas. Más bien respondían a las soledades que Teresa acumulaba con el paso de los años.
Solo ella era la culpable de la tristeza que veía ahora en el espejo. Se había cargado su brillante carrera ocupada siempre en ser pluscuamperfecta olvidándose de sí misma. Las canas estaban ahí blancas, impertérritas, mortecinas… por mucho que Teresa se empeñase en simularlas con tintes y mechas. Sus ojos ya no sabían mirar enfrascados en la añoranza del pasado. Todo a su alrededor tenía un aire manido como si las agujas del reloj se hubieran estancado en otros tiempos ahora muy lejanos. Los días parecían idénticos…
El timbre de la puerta la despertó de su letargo. Al abrir la sorprendieron dos pares de chispeantes ojos. Eran Santiago y Marina, los nietos de la vecina que habían venido a pasar las vacaciones con su abuela. Los niños le mostraron el interior de una bolsa que sujetaban diciéndole en tono de súplica.
— Puedes ayudarnos a hacer la estrella para el belén del nacimiento.
Doña Olga, su vecina, no había olvidado ni un solo detalle. Allí había papel, pegamento, gomas de borrar, botes de purpurinas, acuarelas, tijeras, rotuladores, ceras, lápices de colores, papel celo, y varios rollos de cartulinas en diferentes tonos dorados. Teresa contenía las lágrimas… Lo que más le llamó la atención fue un pequeño bote de purpurina color plata.
Es para pintar el resto de estrellas del cielo. La abuela dice que nadie debe estar solo en estas fechas.
Feliz año, cariño! Qué todos tus sueños se hagan realidad en el 2023! Un beso gigante