Garbo y Greta

Tobi.

Soy de pelo corto y fino. De color café, peso al menos unos cinco kilos. Lo sé por la báscula del baño y porque me aprendí las tablas de multiplicar con Sebastián cuando era pequeño. Además, tengo una mancha blanca alrededor de un ojo, el derecho. El cachorro que nació detrás mía la tenía en el izquierdo. Gemelos… Esa fue la primera palabra que escuché cuando abrí ojos. La segunda fue Greta. Por cierto, me llaman Garbo.

Por entonces creí que mi dueño se refería a la mancha. Y es que para eso los seres humanos son únicos en su especie. Me estuvo auscultando el careto, embobado como con cara de subnormal profundo. Nunca supe si Greta y yo éramos iguales. Le perdí la pista cuando abandoné aquella bolsa viscosa.

Mi madre me mordió el pellejo por la nuca y me acomodó entre sus patas. Solo recuerdo el fondo de una caja de cartón roto. Me dormí cuando se afanaba en lavarme con su lengua. Cuando quiso presentarme a Greta, mi amo ya se la había arrebatado. Ahí fue cuando entendí que lo mío es genético.

Provengo de una raza minúscula casi de juguete. Tal vez sea por eso que siempre me escondo detrás de mi dueño, cuando tropiezo en el ascensor con el rottweiler carbón de la vecina o el dálmata de arriba. Mi amo se ahoga por culpa del tabaco, ese que fumamos todos. Es su cantinela preferida cuando discute con la parienta, es decir, todos los días después de comer. Y oiga, lo hacen con puntualidad inglesa, justo a la hora en que a un servidor le toca salir a la calle, que uno tiene sus necesidades como todo hijo de vecino. Que está bien que los perros no hablamos, pero por lo demás lo hacemos todo como todo el mundo, que en eso somos iguales …, y no como los humanos que todavía andan que si blancos y negros

Mucho presumir de evolución, pero mira que son primates. Los de dos patas también son rubios, morenos, castaños, pelirrojos, grises o calvos … y hasta tienen sexo entre ellos. Tantas matemáticas y, a la primera ocasión, se sueltan la melena y perrean su mala educación.

Siempre que nos quedamos solos montamos la orquesta en el patio interior. Al fin y al cabo, somos tres en el edificio. Si me oyen pensarán que parezco un lobo, hasta que me ven y me confunden con una rata. Eso es lo más fino que me dicen …, y encima mi dueña me hace coletas y trenzas.

Mis vecinos, Pintas y Bella, el rottweiler y el dálmata, son mayores que yo, que no dejo de ser un cachorro de 21 años, tres en la vida de una persona, según el calendario perruno. Se la pasan metiéndome el morro en el culo. Solo olerlos me da miedo. Apenas alcanzo treinta centímetros. Lo sé porque el amo siempre dice que aún no superó la tercera raya de la terraza. La pared es una cinta métrica con la altura de Sebastián.

Al principio, el niño me trataba como si fuera su caballo de carreras. Siempre atado y solo en el balcón. Apenas veía a mis vecinos, aunque sí podía olerlos alternando por la calle. Yo no pisaba el barrio, salvo cinco minutos al día.

No me gusta que me digan que soy una rata. Me pone de mal genio. Seguro que Greta vive como una princesa. Ella tuvo suerte y fue adoptada por unos amigos de mis dueños. Se trasladó a una casa de campo, donde está hecha una reina mora.

Solo me entiendo con Sebastián. Es el único que me deja a mi aire. Con sus padres voy siempre con la lengua fuera. Apenas puedo respirar porque tensan la correa para sujetarme bien. La última vez les hice correr una buena maratón por el jardín.

Mi gemela tuvo más suerte y solo por unos segundos de diferencia. Aquella canija, que hoy es el doble de grande, ocupa una caseta de ladrillos rojos en mitad de un jardín, justo debajo de la higuera frente a una fuente. Lo sé porque la última vez que estuve en el campo vi a una damita ratera desde el coche. Era Greta. Huele igual que yo, por eso hoy la he reconocido enseguida. Soy enano, pero un buen sabueso.

No me sacaron por temor a que improvisásemos un recital en la siesta, pero estuve departiendo con Greta un buen rato. Me contó lo sola que se sentía en su mundo de privilegios. Las horas en los refugios privados en verano cuando sus amos se iban de vacaciones. Me hablaba de aquel hotel de lujo como si fuera la perrera. La niña de la casa le llevó un plato con costillas y yo mientras, a pienso reseco. Así estoy de famélico.

Será mi gemela, pero mira qué es pelma. No para quieta. A esta me la ventilo en un plis. Alta, guapa y encima pija… ¡Que mal repartido está el mundo! Clavo mis dientes en el solomillo del amo, que desaparece de mis fauces en dos bocados, mientras éste repone el agua en el cubo de Greta, que salta como una loca haciéndole fiestas para que juegue con ella. Lo tiene embobado. Como esto siga así veo que acabará meando mi cesta.

—Verás cuando se den cuenta—, le gruño.

—¿Quién ha cogido mi filete?, oigo gritar enojado al amo, circunstancia que aprovecho para delatar a Greta ladrándole en círculos como una fiera.

—Garboo…—, grita Sebastián, mientras mi amo encañona a Greta con su escopeta. Veo a mi gemela caer a tierra tras el tiro.

—Fue Garbo quien se comió tu filete, papá. No fue Greta—, escucho decir a Sebastián.

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