Yin yang

Graffiti urbano. Casco histórico de Cartagena.

En ocasiones los hijos se ven avocados a lidiar con los conflictos de sus mayores y no siempre se puede salir indemne de esta situación. He necesitado cinco años para dejar atrás la culpa y entender que algunas de esas personas que un día me importaron solo estuvieron de paso en mi vida, aunque aún hoy me cuesta hablar de Marta.

Todo comenzó el día que me llamó para vernos. Acababa de salir de una relación tormentosa. La sentí como un perro desvalido y sin pensarlo dos veces me volqué con ella. Ambas teníamos mucho en común: éramos caprichosas, inmaduras e ingenuas, además de ser familia. Desde el comienzo ninguna de las dos mostró claramente sus cartas. Sin embargo, por aquel entonces mi único objetivo era hacer que se sintiera querida, así que me mordía la lengua cada vez que hablaba de sí misma en tercera persona o pretendía hacerme cómplice de esas películas que se montaba en la cabeza.

Llegó un momento en que no sabía cómo ayudarla, así que le sugerí que acudiera a terapia. Nuestra amistad discurría con aparente normalidad, al menos eso creía yo, hasta un fin de semana en que fuimos juntas al campo. Yo me sentía feliz en contacto con la naturaleza y no veía el momento de salir a hacer senderismo con mi nueva Nikon, mientras que Marta no tenía la más mínima intención de poner un pie fuera de la cabaña. Entretenida como estaba con las margaritas no fui consciente del paso del tiempo hasta que escuché el sonido del móvil.

  • ¿Se puede saber dónde te has metido?؅ Acaso, ¿sabes qué hora es?, — me increpó a gritos.
  • Yo… uf, lo siento. Se me ha ido el santo al cielo. Ahora…— no pude terminar la frase porque me interrumpió airada.
  • No te molestes en volver. ¡Me voy a mi casa ahora mismo!

No me dio el derecho a la réplica y cuando regresé envuelta en sudor por la carrera, me la tropecé con la maleta en el porche de la entrada. Estaba claro que pensaba largarse sin decir ni adiós.

Con la garganta desencajada por la furia, me escupió toda su ira. Su mirada se enfrío de golpe y su voz sonaba cada vez más violenta.

  • Me has dejado sola, a pesar de que si estoy aquí es única y exclusivamente por ti. Maldita la gracia que me hacen a mí los bichos, — estaba totalmente fuera de sí. Tuve que emplear la fuerza para sujetarla e impedir que cumpliera su amenaza. Aquel comportamiento no tenía nada que ver con la Marta dulce y cariñosa que yo conocía y, aunque en aquel momento sus palabras me hirieron profundamente, evité el enfrentamiento frontal.

Después de aquel episodio me di cuenta de que nunca podría ser sincera con ella porque no hablábamos el mismo lenguaje. Aunque tenía parte de razón, su reacción me pareció desproporcionada. Ese día marcó un antes y un después… Nunca volvimos a ser las mismas, ninguna de las dos. Ahora me doy cuenta.

Unos meses después, ocurrió lo inevitable. La verdad es que no recuerdo muy bien cómo ocurrió. Supongo que me hartó por algún motivo y exploté. Como suele ocurrirle al más común de los mortales, un día me levanté con el pie izquierdo. En un arrebato de sinceridad le hice saber que algunas de sus actitudes me molestaban y sólo las toleraba porque se trataba de ella. Tenía la mala costumbre de criticar veladamente a personas que me importaban con el único fin de subrayar que ella era la ‘más mejor del mundo mundial’. Marta era así, ni mejor ni peor. Hoy sé que no existe nadie bueno, buenísimo, como tampoco malos, malísimos. Todos tenemos nuestro ying-yang y eso es lo que nos hace ser quiénes somos.

Lo cierto es que mi arrebato de sinceridad no le gustó ni pizca. Marta dejó de llamarme a diario y se volvió cada vez más fría e intrigante. Para colmo, no se me ocurrió otra cosa que aliviar mi alma con una tercera. Y ocurrió lo que tenía que pasar… Berta no tardó en irle con el cuento. Al poco tiempo estalló la tormenta.

  • No quiero volver a saber nada más de ti. Para mí estás muerta, ¿me oyes? Eres una hija de puta. No te deseo ningún mal, pero olvídate de mí— me gritó un domingo en que el cielo presagiaba tormenta.

Desde entonces han pasado cinco largos años… Hubo temporadas en que me sentí una persona tóxica, de esas que ahora llaman tóxicas, a las que se abandona como a un perro. Aunque el tiempo corre a velocidad de vértigo y cinco años suman mil setecientos veinticinco largos días, en los que no he vuelto a saber nada de ella. He enterrado a mis seres queridos, estoy a punto de separarme de mi marido y he superado una terrible depresión. Lo más curioso es que siempre creí que cuando me ocurriesen este tipo de sucesos, Marta estaría a mi lado, pero no fue así.

Es cierto que las agujas del reloj no discurren a la misma velocidad para todo el mundo. Es ahora que comprendo las palabras de Marta el día que me dijo que “hay personas que pasan por tu vida, pero no para quedarse”.

NOTA: Esta semana se ha emitido un relato mío ‘Penitencia’, que publiqué antes del verano en el blog. Os paso el enlace de Facebook por si os apetece escucharlo en mi voz. Esta al final del programa ‘Viento de lebeche’ y dura unos ocho minutos. Deseo que os guste. Saludos y carpe diem, familia.

https://www.orm.es/programas/viento-de-lebeche/luis-miguel-y-la-paloma-de-la-paz/

10 comentarios en “Yin yang”

  1. Hola, María Jesús:
    Me has conmovido, amiga. Viví una situación muy parecida y parece que todavía duele, aunque de otra manera. Me gustó recordarla.
    Desde mi humilde conocimiento, quiero decirte que cada vez, lo haces mejor. Espero que te des cuenta y te reconozcas por tus logros.
    ¡Felicidades!

        1. La protagonista del relato tiene una mala experiencia con un ser querido, como tantos de nosotros. Soy de la opinión de que todo ocurre por algo y siempre podemos extraer una lección. Saludos y gracias por tu comentario.

  2. Una historia de la que cualquiera nos hemos podido sentir protagonistas.
    Desde el principio del texto con ganas de seguir leyendo la siguiente línea .
    MARAVILLOSA♥️

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