A los seres humanos les obsesiona el tiempo. Soy consciente de mi finitud por mucho que traten de encerrarme entre gotas de oro y piedras preciosas. Al menos eso creía hasta una madrugada de otoño en que mi antiguo dueño dejó de respirar. Ocurrió durante las primeras horas del recién estrenado siglo XXI.
El óvalo deforme en el que me desvanecí cuelga ahora en la consulta de Berta, una coach forofa de Dalí. Max, el novio de mi nueva propietaria. Ese hijo del demonio, que trabajó en la seguridad de Versalles, fue quien dejó al descubierto mis engranajes… Y así fue como la música de mis campanillas de viento voló… libre entre aquellos setos.
¡Como extraño el solo de violines que pedía el cardenal mientras seducía a sus víctimas! Richelieu era un obseso del paso del tiempo. Tenía el mayor prostíbulo de toda Francia en su cama. ¡Ay…! ¡Se echan de menos esos tiempos!
Mi traslado hasta esta finca austriaca fue algo que no tenía previsto, como tampoco las vistas al barrio de Cosette, donde reside Berta. La coach tiene la consulta en casa, así que sufro palpitaciones en mis tuercas. Max se refiere a esos momentos de crisis con otro nombre. ¿Cómo era? Sí, eso era… Ansiedad.
Antes es preciso que sepas que fue Max, quien me encontró sin vida en el interior de una mochila medio abierta. Era domingo y el joven caminaba sin prisa por los recovecos del barrio judío. Cuando me descubrió no se resistió y trató de darme cuerda… Max es una persona, ¿por qué no decirlo? Simple. Sí, simple es el apelativo adecuado. Max disfruta con el placer de no tener que coger ningún tren… Le gusta observar los detalles del cambio de estación desde la ribera del Danubio.
Puntual a su cita se sienta en su rincón, junto a los puestos de flores. Los artistas callejeros ya lo conocen, así que no se extrañan cuando lo observan desmontar alguna pieza. Pero hoy va a ocurrir algo que pondrá toda su vida del revés.
- Las decisiones siempre tienen consecuencias… ahora mismo llamó a la gendarmería. ¡¿Qué cree que está haciendo?! —grita una joven con sarmientos dorados que le caen en cascada sobre los hombros.
Max se vuelve hacia la chica. Es una turista. Ya se cansará y se irá, barrunta mientras examina mis manecillas con exactitud meridiana. Sí… Esa chica es mi Berta. La joven le explicó que me había encontrado en un rastro y que había decidido darme una oportunidad. El caso es que Max conquistó a la niña, que terminó por regalarme al joven. Él se lo tomó como algo personal y no durmió hasta que me revivió. El tintinear de mis campanillas inspiró unos versos a Lord Byron, quien empeñó hasta sus últimas libras para tenerme con él.
Formé parte de las reliquias del salón de invierno durante unos meses en casa del poeta. Sin embargo, el azar o los idus se confabularon y acabé arrumbado entre baratijas en el mercado negro de las alcantarillas de París. Y allí me reencontré con Berta, pero esta vez ella misma me condujo en su vieja mochila hasta el Palacio de Belvedere.
- Cada cosa tiene un sitio y existe un sitio para cada cosa— suspira Berta cada mañana, a la hora del ángelus, cuando oye mis campanillas con la brisa fresca que invade su buhardilla.
Hola, María Jesús. Ya lo había leído, pero lo leí de nuevo. Me atrae la narración y me deja incógnitas que me gutaria analizar. Creo que es un cuento muy bueno. ¡Felicidades!
Tendremos esa conversación amiga querida. Más pronto que tarde. Un abrazo y gracias por detenerte en mi texto.
Dicen que la perfección no existe, pero la historia de este reloj es perfecta!! Sin palabras me he quedado
¡Qué alegría me dan tus palabras! Efectivamente la perfección como tal no existe, pero podemos aspirar a ella. Mil gracias por detenerte y dejarme tu comentario. Un abrazo y feliz semana.
Muy chulo!!!